Volvió a dar la noche. El pequeño marinero de sueños estaba embriagado en un ambiente de almíbar y vinagre. Su mejor amigo estaba a su lado; donde gozaban sus pensamientos; donde se fundían sus palabras; donde residía el único momento donde podia desaparecer del mundo, a sabiendas de lo que eso conlleva.
Cuando la Luna iluminaba la noche con su sonrisa, el pequeño marinero alzaba su bandera, un humilde trozo de tela negra para indicar un peligro inexistente, solo para que nadie se acercara y le preguntaba si se había perdido. Este era sólo su viaje. Agarraba sus remos y empezaba a adentrarse en la mar.
Entonces, en ese momento, empezaban a saltar recuerdos en la borda de su barco. Colocaba el anzuelo en su caña, y con decisión la lanzaba. A veces, cuando pescaba un buen recuerdo, lo depositaba en la cubierta de su barco, le sacaba el anzuelo y lo contemplaba. Si el recuerdo era una buena pieza, lo cogia en sus manos cuidadosamente, lo abrazaba con amor y su corazón le daba un amparo menos frío y sombrío que el del mar. Un mar de melancolía.
Cesado ya el chapoteo de sus capturas, se percataba de la presencia inequívoca de su mejor amigo. Entonces, con sus oídos, hablaba con él. Le contaba lo que había hecho. Pero él era tímido y por miedo a hablar no decía nada. Pero el pequeño pescador se sentía así feliz. Pero, a veces, su mejor amigo le inspiraba a una lejana prima, la inquietud.
Había veces que el pequeño marinero necesitaba volver de su faena nocturna, porque se sentía abordado por la prima lejana del silencio, que espantaba sus peces.
A veces, un recuerdo con dientes de tiburon mordía el anzuelo y quebraba su caña. El pequeño marinero sabía que solían acudir ese tipo de piezas cuando se usaba ese cebo. Pero el pequeño marinero no sabía como podria cambiarlo. Con su cebo de melancolía podrian acudir buenas piezas, pero tambien malas.
Su caña, quebrada, flotaba en el agua como un despojado cadáver, boca abajo, de algún otro marinero que, todas las noches, saliera de faena, y, con peor fortuna que él, hubiera naufragado.
Entonces, el pequeño marinero empezó a llorar...
Espetar
miércoles, 6 de enero de 2010
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